lunes, 19 de septiembre de 2011

"La estrella de la tarde" y "Espíritu Errante" - Porfirio Barba-Jacob (Colombia, 1883 -México, 1942)

Foto: "Candelaria" / Javier Carreño


LA ESTRELLA DE LA TARDE



Un monte azul, un pájaro viajero,
un roble, una llanura,
un niño, una canción... Y, sin embargo,
nada sabemos hoy, hermano mío.

Bórranse los senderos en la sombra,
el corazón del monte está cerrado,
y el perro del pastor, trágicamente,
aúlla entre las hierbas del vallado.

Apoya tu fatiga en mi fatiga,
que yo mi pena apoyaré en tu pena,
y llora, como yo, por el influjo
de la tarde traslúcida y serena.

Nunca sabremos nada...

¿Quién puso en nuestro espíritu anhelante
vago rumor de mares en zozobra,
emoción desatada,
quimeras vanas, ilusión sin obra?

Hermano mío, en la inquietud constante
nunca sabremos nada...

¿En qué grutas de islas misteriosas
arrullaron los númenes mi sueño?
¿Quién me da los carbones irreales
de mi ardiente pasión, y la resina
que efunde en mis poemas su fragancia?
¿Qué voz suave, qué ansiedad divina
tiene en nuestra ansiedad su resonancia?

Todo inquirir fracasa en el vacío,
cual fracasan los bólidos nocturnos
en el fondo del mar; toda pregunta
vuelve a nosotros trémula y fallida,
como del choque en el cantil fragoso
la flecha por el arco despedida.

Hermano mío, en el impulso errante
nunca sabremos nada.
Y sin embargo...

¿Qué mística influencia
vierte en nuestros dolores un bálsamo radiante?
¿Quién prende a nuestros hombros
manto real de púrpuras gloriosas,
y quién a nuestras llagas
viene y las unge y las convierte en rosas?

Tú, que sobre las hierbas reposabas
de cara al cielo, dices de repente:
“¡La estrella de la tarde está encendida!”
Ávidos buscan su fulgor mis ojos
a través de la bruma, y ascendemos
por el hilo de luz...

Un grillo canta
en los repuestos musgos del cercado,
y un incendio de estrellas se levanta
en tu pecho tranquilo ante la tarde,
y en mi pecho en la tarde sosegado...

                                  Monterrey, 1909


ESPÍRITU ERRANTE

Espíritu errante, sin fuerzas, incierto,
que trémulo escuchas la noche callada:
inquiere en los himnos que fluyen del huerto
de todas las cosas la esencia sagrada.

Ni marques la ruta ni cuentes las horas.
¿Acaso el misterio culmina
en las altas montañas sonoras
que nutren el roble y la encina?

Quizás en el fondo de oscuros arcanos
tú vives de ciencia, de luz y de gloria,
y a mundos externos las manos divinas
entreabren la reja ilusoria...

¿Quién sabe en la noche que incuba las formas
de adusto silencio cubiertas,
qué brazo nos mueve, qué estrella nos guía?
¡Oh sed insaciable del alma que busca las normas!
¿Seremos tan sólo ventanas abiertas
el hombre, los lirios, el valle y el día?

Espíritu errante, sin fuerzas, incierto,
que trémulo escuchas la noche callada:
inquiere en los himnos que fluyen del huerto
de todas las cosas la esencia sagrada.

                                  La Habana, 1907

Foto: Nick StMarten PhotoGraphēr


Texto tomado de: Barba-Jacob, Porfirio. Barba Jacob para hechizados / selección y notas de Jaime Jaramillo Escobar. Medellín: Biblioteca Pública Piloto, 2005. pp. 27-29, 76.

Fotografías en http://www.flickr.com/photos/javiercarreo/463417679/in/pool-por_bogota#/photos/javiercarreo/463417679/in/pool-1142968@N24/ y http://www.flickr.com/photos/photostmarten/6072470600/in/set-72157627498516392/

jueves, 1 de septiembre de 2011

LOS MERENGUES - Julio Ramón Ribeyro (Perú, 1929-1994)*

Merengue peruano, en http://www.perugg.com/gastronomia/comida-peruana-5329.html
Apenas su mamá cerró la puerta, Perico saltó del colchón y escuchó, con el oído pegado a la madera, los pasos que se iban alejando por el largo corredor. Cuando se hubieron definitivamente perdido, se abalanzó hacia la cocina de kerosene y hurgó en una de las hornillas malogradas. ¡Allí estaba! Extrayendo la bolsita de cuero, contó una por una las monedas —había aprendido a contar jugando a las bolitas— y constató, asombrado que había cuarenta soles. Se echó veinte al bolsillo y guardó el resto en su lugar. No en vano, por la noche, había simulado dormir para espiar a su mamá. Ahora tenía lo suficiente para realizar su hermoso proyecto. Después no faltaría una excusa. En esos callejones de Santa Cruz, las puertas siempre están entreabiertas y los vecinos tienen caras de sospechosos. Ajustándose los zapatos, salió desalado hacia la calle.

En el camino fue pensando si invertiría todo su capital o sólo parte de él. Y el recuerdo de los merengues —blancos, puros, vaporosos— lo decidieron por el gasto total. ¿Cuánto tiempo hacía que los observaba por la vidriera hasta sentir una salvación amarga en la garganta? Hacía ya varios meses que concurría a la pastelería de la esquina y sólo se contentaba con mirar. El dependiente ya lo conocía y siempre que lo veía entrar, lo consentía un momento para darle luego un coscorrón y decirle:

—¡Quita de acá, muchacho, que molestas a los clientes!

Y los clientes, que eran hombres gordos con tirantes o mujeres viejas con bolsas, lo aplastaban, lo pisaban y desmantelaban bulliciosamente la tienda.

Él recordaba, sin embargo, algunas escenas amables. Un señor, al percatarse un día de la ansiedad de su mirada, le preguntó su nombre, su edad, si estaba en el colegio, si tenía papá y por último le obsequió una rosquita. Él hubiera preferido un merengue pero intuía que en los favores estaba prohibido elegir. También, un día, la hija del pastelero le regaló un pan de yema que estaba un poco duro.

—¡Empara! —dijo, aventándolo por encima del mostrador. Él tuvo que hacer un gran esfuerzo a pesar de lo cual cayó el pan al suelo y, al recogerlo, se acordó súbitamente de su perrito, a quien él tiraba carnes masticadas divirtiéndose cuando de un salto las emparaba en sus colmillos.

Pero no era el pan de yema ni los alfajores ni los piononos lo que le atraía: él sólo amaba los merengues. A pesar de no haberlos probado nunca, conservaba viva la imagen de varios chicos que se los llevaban a la boca, como si fueran copos de nieve, ensuciándose los corbatines. Desde aquel día, los merengues constituían su obsesión.

Cuando llegó a la pastelería, había muchos clientes, ocupando todo el mostrador. Esperó que se despejara un poco el escenario pero no pudiendo resistir más, comenzó a empujar. Ahora no sentía vergüenza alguna y el dinero que empuñaba lo revestía de cierta autoridad y le daba derecho a codearse con los hombres de tirantes. Después de mucho esfuerzo, su cabeza apareció en primer plano, ante el asombro del dependiente.

—¿Ya estás aquí? ¡Vamos saliendo de la tienda!

Perico, lejos de obedecer, se irguió y con una expresión de triunfo reclamó: ¡veinte soles de merengues! Su voz estridente dominó en el bullicio de la pastelería y se hizo un silencio curioso. Algunos lo miraban, intrigados, pues era hasta cierto punto sorprendente ver a un rapaz de esa cabaña comprar tan empalagosa golosina en tamaña proporción. El dependiente no le hizo caso y pronto el barullo se reinició. Perico quedó algo desconcertado, pero estimulado por un sentimiento de poder repitió, en tono imperativo:

—¡Veinte soles de merengues!

El dependiente lo observó esta vez con cierta perplejidad pero continuó despachando a los otros parroquianos.

—¿No ha oído? —insistió Perico excitándose—. ¡Quiero veinte soles de merengues!

El empleado se acercó esta vez y lo tiró de la oreja.

—¿Estás bromeando, palomilla?

Perico se agazapó.

—¡A ver, enséñame la plata!

Sin poder disimular su orgullo, echó sobre el mostrador el puñado de monedas. El dependiente contó el dinero.

—¿Y quieres que te dé todo esto en merengues?

—Sí —replicó Perico con una convicción que despertó la risa de algunos circunstantes.

—Buen empacho te vas a dar —comentó alguien.

Perico se volvió. Al notar que era observado con cierta benevolencia un poco lastimosa, se sintió abochornado. Como el pastelero lo olvidaba, repitió:

—Déme los merengues— pero esta vez su voz había perdido vitalidad y Perico comprendió que, por razones que no alcanzaba a explicarse, estaba pidiendo casi un favor.

—¿Vas a salir o no? —lo increpó el dependiente.

—Despácheme antes.

—¿Quién te ha encargado que compres esto?

—Mi mamá.

—Debes haber oído mal. ¿Veinte soles? Anda a preguntarle de nuevo o que te lo escriba en un papelito.

Perico quedó un momento pensativo. Extendió la mano hacia el dinero y lo fue retirando lentamente. Pero al ver los merengues a través de la vidriería, renació su deseo, y ya no exigió sino que rogó con una voz quejumbrosa:

—¡Déme, pues, veinte soles de merengues!

Al ver que el dependiente se acercaba airado, pronto a expulsarlo, repitió conmovedoramente:

—¡Aunque sea diez soles, nada más!

El empleado, entonces, se inclinó por encima del mostrador y le dio el cocacho acostumbrado pero a Perico le pareció que esta vez llevaba una fuerza definitiva.

—¡Quita de acá! ¿Estás loco? ¡Anda a hacer bromas a otro lugar!

Perico salió furioso de la pastelería. Con el dinero apretado entre los dedos y los ojos húmedos, vagabundeó por los alrededores.

Pronto llegó a los barrancos. Sentándose en lo alto del acantilado, contempló la playa. Le pareció en ese momento difícil restituir el dinero sin ser descubierto y maquinalmente fue arrojando las monedas una a una, haciéndolas tintinear sobre las piedras. Al hacerlo, iba pensando que esas monedas nada valían en sus manos, y en ese día cercano en que, grande ya y terrible, cortaría la cabeza de todos esos hombres, de todos los mucamos de las pastelerías y hasta de los pelícanos que graznaban indiferentes a su alrededor.

*Tomado de 

sábado, 21 de mayo de 2011

EL TRABAJO - Luis Tejada (1898-1924)*


Foto: Natalia Cruz

“El remedio es trabajar”
Carlos Vásquez
(Telegrama sobre la crisis)


En todas las mitologías el trabajo es considerado como una maldición del cielo. El hombre, desde las edades remotas, ha simbolizado su ideal de vida en una quimérica palabra: Paraíso. Pero la primera condición que se requiere siempre para que ese Paraíso sea verdaderamente Paraíso, es que no haya necesidad de trabajar en él. Nadie se figura que en el Paraíso se pueda cargar piedra en zurrones, o llevar contabilidades, o manejar maquinarias. No. Los que están en el Paraíso han de ser, ante todo, unos seres ociosos que viven extendidos sobre la grama o sentados bajo los árboles, con las frutas al alcance de las manos y llenas de paz las almas. La humanidad ha concentrado en esa bella fábula todo su sueño de felicidad, felicidad que debe ser la única perdurable y completa, puesto que está basada en la pereza, el instinto más firme, noble e indestructible en el hombre. Los tipos de la perfección suma que la imaginación concibe —los dioses— son personalidades eminentemente perezosas que, o permanecen estáticas en sus tronos de nubes, o se divierten entregadas a juegos ociosos o a placeres sibaritas. Entonces la pereza es en cierto modo una virtud esencialmente divina; pero ¿qué son los dioses? Son, simplemente, hombres perfectos en un sentido ideal. Por eso, entre el tipo terrestre, el más puro, el más elevado, el que más se acerca a esa perfección, es el que tiene más arraigada y frecuente la virtud de la pereza. El vagabundo, el gitano, el mendigo voluntario, y algunos aristócratas de pura sangre, constituyen dentro del mundo actual los últimos conservadores de la gran dignidad humana y de la tradición del ocio como cualidad suprema, que nos dejó la civilización antigua.


Yo sé que trabajar es necesario, según el orden de cosas que se ha creado y que se hace desgraciadamente cada vez más indestructible. Pero eso no quiere decir que trabajar no sea una mala costumbre, una de las peores costumbres que pueden adquirirse. Ante todo, trabajar no es bello ni digno, ni siquiera conveniente. Al mismo tiempo que hasta en una aceptación mística significa humillación y relajamiento del orgullo viril, el trabajo constituye el gran elemento degenerador de las razas. De las fábricas, de las oficinas, de las minas, de los laboratorios, de los bufetes salen las legiones de neurasténicos, de miopes, de tuberculosos, de mancos, de locos, de raquíticos, de melancólicos, de histéricos, de tantas categorías de enfermos que llenan las ciudades modernas. Sin embargo, esta capacidad exterminadora no es realmente un argumento en contra del trabajo, como la muerte de los soldados no lo es en contra de la guerra. La diferencia esencial que hay entre el trabajo y la guerra, es que el trabajo es una actividad oscura y forzosa, algo en que hay que encorvarse y sufrir para alcanzar al fin objetos innobles y mezquinos: alimentarse, vestirse, acaparar oro. La guerra, en cambio, puede hacerse o no hacerse y esa libertad de elegir deja a salvo la dignidad humana. Además, la guerra es más bella y más viril mientras tenga menor razón de ser y menos objetivos persiga, porque así evidencia simplemente un capricho, un arrebato de la voluntad soberana del hombre.


Yo confío en que el porvenir que se anuncia, traerá para los trabajadores una disminución gradual del trabajo y un aumento proporcionado de paz y de divina ociosidad. Hasta ahora se ha trabajado mucho, en un afán insensato de acumular millones. Pero en una forma todavía vaga, está llegando a las gentes el convencimiento de que tener demasiados millones, es una circunstancia no solo inútil sino evidentemente peligrosa. Hay que esperar en que al fin llegará al mundo una saludable cordura. Todos nos convenceremos de que lo más espiritual, lo más hermoso y noble será luchar apenas lo estrictamente necesario para llevar una existencia modesta y sobria. Entonces nos aficionaremos un poco al delicado placer de no hacer nada y nos convenceremos de que, en realidad, no se debe perder el tiempo trabajando tanto.


*Tomado del Libro de crónicas (1924), de la edición de Editorial Norma (p.71), publicado en Bogotá en 1997.

sábado, 26 de marzo de 2011

Calle 200 - Leoquirón



Foto: Natalia Cruz


Las gotas que descendían de la negra nube resplandecían como el cristal de Murano, tornasoladas, talladas al fuego. El sol de la mañana dibujaba en las sombras las desleídas banderas que empezaban a aparecer en los pórticos. Mirando al cielo, se sorprendía que sólo esa nube oscureciera su firmamento. La observó detenidamente con los ojos fijos en ella para descartar un complot de caricatura, como en los dibujos animados de su infancia, que en un día desastroso eran perseguidos por sus propias tormentas. La solemne mañana comenzaba con ironía.

Una gota acertó con su pupila, el párpado por reflejo se cerró. Al abrir nuevamente los ojos, todo lo que observaba se volvió acuoso, abigarrado, la estrecha calle se vestía ante sus ojos; al fondo la avenida repleta de carros y humo. El ruido le llegaba hirviendo y los vidrios resplandecían con los primeros rayos del sol. Entonces volvió a mirar su nube, ahora más negra. Había tomado la forma de un ave. Un chulo enorme, pensó. Un cóndor enorme…la relación se le hizo torpe. ¿Cuándo había visto volar un cóndor? Muchos chulos, sí, pero un cóndor no.

Los había visto volar en la pantalla del televisor. El único recuerdo vivo que tenía de esa ave, era en un zoológico; allí parada en un palo con un aspecto triste, decadente… y en el escudo, claro, allí también: Cóndor de los Andes con alas extendidas, mirando a la derecha, y corona de laurel en el pico;cinta de oro en la base de sus patas con la leyenda Libertad y Orden. Recordó la lección junto con otros mitos sobre los héroes que se erguían orgullosos para que los cagaran las palomas en los parques; y un pueblo que atravesó los llanos, subió los páramos con una cruz a cuestas, caminando descalzo, casi desnudo, buscando liberarse de un opresor extranjero, para caer en manos de uno conocido. Eso ahora hacía parte de la historia que narraba para él.

A los chulos les dicen gallinazos. También llaman así a los muertos. Cuando la gente hacía un corrillo, en el tiempo (cercano) de las bombas y los sicarios, se juntaban para ver sobre la calle la macabra lluvia de cadáveres y en coro cantaban, !chulo¡, !chulo¡, !vamos a ver¡. En el tiempo más lejano de la violencia, cuando parecía que por fin la gente se quería independizar, a los chulavitas los llamaban así porque venían de una vereda boyacense cerca de Boavita que tenía ese nombre. La independencia se quedó en borrachera, en guayabo y muchos chulos en las calles y chulavitas en las esquinas. En el Valle del Cauca se volvieron pájaros, con su propio cóndor y los pájaros adiestrados en el Magdalena Medio los rebautizaron como paramilitares. La metamorfosis fue lenta y sangrienta. Muchos años pasaron hasta llegaral mismo congreso a dar el parte de victoria: la exitosa transubstanciación, que se proclamaba desde los púlpitos y se vestía de traje azul, había resucitado como pesadilla.

El viento transformó la nube en otra cosa, disolviendo sus reflexiones. Los colores del murano en sus ojos fragmentaron sus pensamientos. Vio más chulos rompiendo un costal de basura, avanzando a pequeños saltos. Sus pasos le habían acercado a la avenida, miró el reloj en un aviso de cerveza que tenía otra ave nacional como emblema, ahora el estribillo rezaba: Sin igual y siempre igual. Se veía en los cielos, en los camiones, en los culos y tetas de las mujeres, en tiendas, estadios, por todas partes. Una canción de carrilera salía de una tienda y un hombre de rostro curtido y manos grandes bebía con avidez, otro hombre a su lado miraba con desconfianza.

Comenzó a llover con mayor fuerza, buscó la esquina para cruzar. Al otro lado del río de carros, brillaba un sol esplendoroso. Quiso cruzar pero el tráfico impedía siquiera intentarlo, pasaban veloces con su pesado humo y las ruedas girando al compás de las gotas de lluvia sobre el asfalto. Se resignó a su suerte y soportó estoicamente el aguacero. El semáforo cambió. Un muñeco verde marcaba el ritmo a los peatones contando los segundos. No quiso avanzar.

El muñeco verde aceleró los pasos contando los segundos regresivamente: 10, 9, 8… las banderas al otro lado ondeaban como en los televisores cuando empieza la programación. De la tienda salían gritos, comenzaron a llover botellas. Miró la nube sobre su cabeza. Otra vez chulo, otra vez cóndor imaginario que volaba sobre él. Se sintió empapado de imposibles. Recordó la fecha. Hoy, todo el amarillo lo empapaba de azul, el cadáver de un ave negra inundó la autopista y allí con el rojo que cubría sus ojos, sólo pudo sostenerse de un tubo metálico que tenía un letrero verde con letras blancas resplandecientes: Calle 200. Avenida independencia.



sábado, 12 de febrero de 2011

Aforismos - Alberto Aguirre

 En delaurbedigital.udea.edu.co
(Girardota, Colombia, 1926).  Ha sido columnista y profesor de la  Universidad de Antioquia.  Al final de la década del ochenta sale del país por motivos forzosos y se instala en Madrid en donde vive casi tres años. De regreso se desempeñó como columnista, hasta hace poco tiempo, momento en el cual, ha decidido retirarse del universo mediático.



DEL EXILIO (Selección)


    Al exiliado se le pudre la voluntad (21.9.87).

    El poder de arraigo implica la capacidad (o la posibilidad) del desarraigo; o sea, el poder de adaptación exige una capacidad igual de alejamiento.


    Se vuelve a decir (como en todas partes): no soy de aquí ni me parezco a nadie.


    No hay piso firme para el exiliado, pues la reja, que en el preso es exterior, dejándole el espacio de su intimidad, en el exiliado es interior, robándole así todo espacio.


    La vida colectiva es indestructible: la muerte es siempre cosa individual (o sea, un desprendible): esto es lo que permite sustentar la esperanza.


    El placer es el pensar.
 
    (Vivir alerta: prender la curiosidad: apetecer este mundo).


    A veces no sé quién soy.


    (El arte como tabla de salvación)
    La sensación de estar perdido: inclusive, de sí mismo.


    La palabra incita al acto.  (Eso se sabe). Bueno, la palabra incita al estado de conciencia.

    La sustancia del exiliado es la nostalgia … y “la nostalgia es la puta del recuerdo” (Caín).


    Hay que reinventar la vida: queda un trozo, y éste se regenera.
    
    El exiliado miente de oficio.

    “Aquellos que empiezan por mirar hacia atrás, terminan a veces pensando hacia atrás”.
Nietzsche.

    El drama del exiliado es que teme haber sido arrojado, no ya de su país, sino del género humano.


    A veces provoca irse.

    La vida: único equipaje.


    Es preciso inventar de nuevo la vida: inclusive, hay que crear sueños y recuerdos y
añoranzas, pues se trata de liquidar el pasado, para no vivir de nostalgias.


    El placer no es la soledad, es el anonimato. Y a la mierda la gloria.


    Hay gente que pone, en la yuca, el patriotismo.

    Y, de momento, el tiempo se vive en ralenti.
    
    Soy apenas un esbozo.
En soho.com


    ¿Vivir por sólo sostener la vida?


    El exiliado es un transeúnte.


    Esto se acabó: lo que sigue es vicio.


    De pronto (a ratos) una sensación extraña: éste que está aquí no soy yo.


    El exiliado ha de luchar contra la memoria: es su única posibilidad de salvación.


    No es que me estorbe la gente: es que no me hace falta.


    ¿Quién soy? Se difumina el contorno.


    Llegar a un sitio y a un tiempo en los que, coartadas amarras y raíces, empiece a      extinguirse la memoria —inclusive la propia— y lograr así la libertad.


    Este largo ensimismarse puede conducir a la lucidez o a la locura: y quizá las dos condiciones giren dentro de las mismas coordenadas.

   El enemigo del exiliado es el tiempo: por eso hay que diluirlo.


    Para el exiliado, en un comienzo las palabras son refugio; luego se convierten en rejas y, a ratos, en alucinación.


    La vida se acabó hace días: sólo la inercia.
  
    Se escribe es para olvidar.


    Cada vez más extraño, no sólo a los otros, sino a uno mismo.


    Uno ignora, no sólo lo que es uno, sino lo que busca.


    La conciencia de no ser nada y por eso, quizá, la de ser posible.

    Las palabras construyen un invernadero: es hostil el mundo.


    Se oye todo muy lejos: inclusive, las gentes parecen personajes de una ficción que se leyó hace tiempos.


    El exiliado pierde el sentido jocundo de la vida: se ciñe el cilicio. (27.7.90):


    Sentir la vida como un trasto más.


    Al exiliado le dan el mundo por cárcel*.


*Tomado de la Revista de la Universidad de Antioquia.
Volumen LXI, número 227. Enero – Marzo, 1992. 
Medellín: Universidad de Antioquia.

lunes, 7 de febrero de 2011

Cuatro poemas insaciables

Por Lopus-Roldán-Pernath-Etón
 
La ciudad a través del cristal humedecido, por María Plata




I.

Tarde de lunes festivo, desocupado.
y unos ojos de niño brotan por la ventana
a un cielo gris. Afuera apenas llueve.
La calle es una isla larga y es un río sin peces
y en el aire, en donde se esconden y se
                                                  [funden
los secretos,
vuela una imagen vaporosa:
una niña de ojos pequeños y senos
que apenas asoman a su cuerpo.
Afuera hay olvidos que soplan
sobre las islas que flotan
empañadas por la ventana.
Y cruza por los ojos de ella
una vaga imagen:
un niño cobarde
mirando el cielo gris;
y cruza por los de él,
los retazos de recuerdos
de una niña inalcanzable.


II.
 
Esta tarde urde un encuentro,
un desencuentro.
Hay un atardecer bello,
naranja derramada en el cielo,
filtraciones de óleo azulado entre las nubes.
pero escucho silencio,
sin límites y sordo,
¿dónde andarás?
corazón pasajero
que me dejas sólo tu carne.



III.
 
La noche arroja sus huéspedes
a la calle...
Y  entonces te vi.
Tan llena de sexo,
de sueño vivo
y poesía en las enredaderas
del balcón de tus ojos.
Y la noche fue una copa, otra,
una boca, un sabor,
un licor de labios,
un te vi y un adiós.
Y aún me pregunto inútilmente:
¿Te volveré a ver?


IV.
 
Intensidades de la lluvia.
Primero es tímida, apenas un murmullo
que asoma
como la noche en el campo;
tranquila,
apenas se estrella contra la ventana.
Lluvia adolescente,
lluvia misteriosa.
¡A lo lejos se escucha un relámpago!
como una fiera ronca,
y cada gota se desmorona,
se arranca salvaje desde el cielo,
con ímpetu, sin premeditación;
ahora no hay tregua,
la lluvia es el telón desenfrenado de la tarde,
hay ríos sobre el asfalto,
el Olimpo se derrama y fecunda toda la
                                                  [ciudad,
la calle es un paisaje de ondulaciones
y lagos enmarañados;
lluvia furiosa,
lluvia sin misericordia.
y luego, ahora,
en el rio del tiempo,
cae maná blanco,
y de a pocos,
la calle se vuelve una vieja
con la sien canosa,

V.

Se despojó de su ropa
y bailó libre en la sala,
fue luna en la noche, sola;
brilló desnuda en una copa;
como el deseo que ronda
a un alma baldía en terrenos.
buscó su leche en los senos fríos,
deseó la vida;
su mano cubrió esa nada.
Se posó sobre el diván de henos.

Por Lopus



Torso estriado, 1923, por Man Ray



VAMOS TRANSCURRIENDO EL CUARTO
SÉPTIMO…

Vamos transcurriendo el cuarto séptimo;
mañana tenderemos cuarenta y nueve
almanaquosos lapsos ardientes.

Cometeré estas siembras matutinas,
expoliando la introspección,
hasta quedar exterior, cálido y lúdico.

Bailamos sin cesar a costas de la lluvia.
Ya vamos transcurriendo el treceavo mes;
desplegamos las alas
y adherimos
el vértigo de andar en desbandada.

Dos y tres y cuatro y veinticinco
días escanciados
en esta granja que me da de probar
sus meloncillos.

Quédate tranquilo y no descanses
que ya vienen por ti mientras te alumbras.
Cierra los ojos que el tiempo está tibio
y la luz de un Sol oculto
explota en centellantes cabezadas.

Cinco y siete y trece y veinticinco;
continuemos la cuenta hacia atrás
y adelante,
contorsionemos las almas porosas.

Qué desconectado arriba el tiempo
y nosotros aunándolo de lleno
para descargarlo con intensidad
en intervalos alterados.

Puebla arriba del mundo atenazado
una fiera comunión de orates perniciosos,
un Big father ambiguo que nos mira.
No lo he perdido
en volátil escapada
desde edenes escarpados y telúricos.
Tú tampoco te contentas, como yo,
                                            y te marchas
con el ritmo rojo que amenaza la noche.

Por Francisco Roldán




Por María Plata
DOS ESTROFAS: INICIAL Y FINAL

Si dios quiere
mañana al amanecer
comeremos pan;
veremos la luz
abierta de par en par;
caminaremos al trabajo,
lentos, cansados,
mascullando resignados:
¡hágase su voluntad!

***

Si dios quiere,
y ya me he acostumbrado a que así sea,
mañana
(cuando sobre nuestra espalda
se sume el ocaso a la resignación),
la mano longeva que ha emborronado con
                                                 [sangre
toda nuestra geografía,
la mano hábil que nos ha sabido moldear
y arrastra impune todos nuestros muertos,
se posará con pesada facilidad
sobre mi hombro izquierdo
y hará imponente
una señal de silencio.

Por Athanasius Pernath



ENTREVISTA:

Su madre ha muerto:
Ahora nada le debo
Ya nada queda.

Su padre ha muerto:
Nunca lo quise
A los perros

Su hermana ha muerto:
Nunca la conocí
Ya nada siento…
¿Y el niño?:

Lo llevo a la ciudad
En este campo
Ya nada tengo…

—todo ha sido desplazado—

Por Emil Eton

Paso ligero, por María Plata

Les Triplettes de Belleville de Sylvain Chomet

Dibujante de historietas, animador y director frances: Chomet,
nació en 1963 en Maisons-Laffitte, cerca de París. Estudió
arte. En 1986 publica su primer comic,
Secrets of the dragonfly.
En 1991, Chomet empieza a trabajar en su primera
película animada (mediometraje), llamada
La anciana y las palomas.
Para el 2002, lanza su largometraje animado,
Les Triplettes de Belleville, la cual obtiene dos
nominaciones a los premios Oscar en 2003:
mejor película de animación y mejor
canción.
 Participa también en el Festival de Cine de Cannes.


Este es un recomendado a solicitud de los creadores del Errante, no por la película sino por la invitación de escribir; pero no quiere decir que por ello no merezca el reconocimiento, como dirían los expertos, los que si saben, porque realmente yo crítica, de la animación, de la ilustración, critica musical o del séptimo arte, no soy. Coinciden ellos, los que saben, afirmando que la película es una de las “mejores muestras contemporáneas de arte”; las academias los respaldan pues, además de haber estado nominada a dos Oscar (Mejor Película de Animación y Mejor Canción Original) y haber participado en 2003 en el Festival de Cine de Cannes, tan buena les pareció que la dejaron fuera de concurso.
  
Es una película animada, con escaso diálogo, con una animación no convencional. Pero no haré más descripciones porque lo ideal es que ustedes estimados lectores vean la película, porque es el recomendado. Además aprovecho este espacio para hacerles una extensiva invitación a que vean cine, escuchen algo de música, no cualquiera, claro; y a que lean, aunque sea revistas como esta.

Solo me resta hacerles una pequeña sinopsis de la película: Desarrollada en los años treinta, inicia recordándonos el cine a blanco y negro, que está siendo visto por Madame Souza, la abuela, y su nieto Champion; no se hace de presente el por qué de la ausencia de los padres del nieto, pero es evidente que ella tiene la potestad sobre él.

En varias ocasiones, quiso su abuela tener un presente con el muchacho debido a que observaba su desanimo y desdicha, entonces, le regalo un perro, Bruno, luego, un tren, sin tener cambio alguno. Pero, ¡oh sorpresa!, al darse cuenta qué es lo que su Champion necesita, decide darle un triciclo, el cual cambia por completo la situación a tal punto que, su pequeño ya adulto, es uno de los ciclistas que hace parte del Tour de Francia.
 

Champion es secuestrado con otros dos ciclistas al correr el Tour, para ser conducidos hacia Belleville; su abuela que siempre lo acompañó en todo, decide ir tras su pista y en esta característica ciudad coincide con las trillizas, un trio de hermanas musicales que deciden, además de acogerlos y recibirlos en su casa, ayudar a Madame Souza a rescatar a su nieto, que ha sido  ecuestrado por la mafia para ponerlos en una especie de simulador de ciclismo o de carreras virtuales para un negocio de apuestas.

Bueno, hasta aquí llega mi relato, como ya dije, no soy experta, lo que si sé es que los personajes de Las Trillizas de Belleville no registrarán en las “Cajitas felices de de McDonalds”, por eso esperamos que medios como este nos sirvan para difundirlos y hacer algunos recomendados.

Dirigida y escrita por:
Sylvain Chomet
Producida por:
Didier Brunner
Paul Cadieux
Regis Ghezelbash
Colin Rose
Viviane Vanfleteren
Música de:
Benoît Charest


Por La Turca


El diablo sobre las colinas



EL DIABLO SOBRE LAS COLINAS
de Cesare Pavese.



, En sonadorcompulsivo44.blogspot.com
Pavese
El ambiente provincial de la Italia de la posguerra configura la atmósfera de esta novela de Pavese. El diablo sobre las colinas es publicada por vez primera en 1949 y traducida al español por la Editorial Navarra en 1982. Al señalarla, como recomendado, para esta edición del Errante se busca poner en vigencia la idea artística propuesta por Pavese, quién, partiendo desde elementos de la cotidianidad, configura una puesta en escena de la relación entre las diferentes clases sociales.

El relato que propone el narrador-protagonista de Pavese, parte desde una desenfadada aventura de vacaciones de tres universitarios de Turín. El ambiente, de entrada, va a estar dominado por una asimilación desde lo natural del mundo tecnificado. Las noches encendidas de la ciudad y el olor a gasolina se combinan con las verdosas colinas y el olor a pino.

Esta mezcla permanente de elementos va a servir de escenario para la interacción entre personajes de distinta posición social. Los protagonistas, el narrador-personaje, Pieretto y Orestes, se catalogan a sí mismos como “pobretones y burgueses”; ellos se encuentran con un viejo conocido de Pieretto, Poli, quién es un representante de la oligarquía burguesa en Italia.

Este personaje, los invita a su finca llamada El Greppo, lugar apartado de la ciudad y de características, en cuanto a lujo, propias a su dueño. Allí terminará el relato.

Los personajes son ubicados inicialmente en Turín y desde allí se transportan a una provincia italiana en dónde después de recorrer la finca del padre de Orestes, un acomodado señor feudal, terminan arrivando al Greppo.

En ese lugar, de la mano de una rubia y sensual mujer (esposa de Poli), llamada Gabriela, la narración se va a enmarcar en un complejo dilema pasional, en el que se ven involucrados Gabriela, Poli y Orestes.

El análisis de fondo que hace Pavese, en la novela que recomendamos, tiene que ver con una fuerte crítica a la sociedad burguesa. Por un lado se dirige a la gran burguesía, representada por Poli, el cual va a mostrar una posición totalmente introspectiva y egoísta frente al mundo, en la que se piensa buscarse a sí mismo, para estar más tranquilo, pero sin tener en cuenta lo que sucede afuera. Ese contraste también se evidencia en personajes que parecen secundarios, como es el caso de la servidumbre, pero que el narrador utiliza para mostrar el trato que tiene la alta burguesía para con ellos.

La figura de Poli, entonces, se va a convertir en un referente de los universitarios, representantes de la pequeña burguesía, pero con ganas de vivir de la misma manera que el gran burgués. El narrador-protagonista va a debatirse entre una vida inmersa en la sociedad de consumo y la contradicción a la que se ve siempre expuesto por no estar de acuerdo con muchas de las posiciones de los otros personajes.

Recupera el viajar a pie, antes que en tren, el escuchar el sonido silente de la naturaleza, antes que la música estruendosa. Así, Pavese propone una vuelta a la desnudez de la tierra, la cual ha sido truncada por el avance técnico y la sociedad capitalista.

Turín, En es.wikipedia.org
El relato contiene también un cuestionamiento permanente a la escala de valores vigente en la época. Por un lado está el acomodado señor feudal de pensamiento machista y creencia católica, quién es figurado en el padre de Orestes, dueño de un gran viñedo. Y por otro lado, la liviandad moral de la burguesía oligarca que muestra una particular liberación sexual, la cual ni ellos mismos prodigan, en últimas, sino de forma velada, en concordancia con atisbos de doble moral. La pequeña burguesía se debate entre
esos dos polos.

El narrador-protagonista se abisma ante las dinámicas sociales que le muestran sus compañeros y no encaja de ninguna manera en las actividades y pensamientos de sus amigos.

Trata de hallar otra cara: pondera el valor del campesinado y el obrero como una forma de tratar de ver de forma diferente a Italia, una que no sea la mostrada por la concepción hegemónica.

Sin embargo, se encuentra con que la situación particular y personal, es la única que importa al señor burgués y eso se convierte en un obstáculo porque como dice en una conversación el mismo Poli: ellos no tienen la culpa de haber nacido en casa de nobles.

Leer esta novela a la luz de la contemporaneidad, pone en juego la interacción entre las diferentes clases sociales, como una forma de ver el mundo de hoy. Enfrascados en un egoísmo torpe, en el que nunca solucionamos nada. Comemos del plato sin preguntarnos quién o qué está detrás de cada acto. En esto también tiene que ver, según Pavese, el papel formador de los medios que fijan la atención en sucesos determinados.

Siempre nos presentan historias, traídas de los cabellos, en cada telenovela o realitiy show en los que se empecinan en mostrar una forma de ver el mundo que es impuesta desde los entes de poder: moralizante, determinista y en general, una pseudo comprensión de la realidad que fija su principal punto en la reivindicación consumista.

Húmeda Barichara, por María Plata
El diablo sobre las colinas es una juvenil narración llena de fiestas, mujeres ligeras de ropa, conversaciones cotidianas y paisajes imponentes que señalan nuestra pequeñez. Pero más allá de eso, es una importante dilucidación de las costumbres y valores de una época de la que Pavese vivía sus primeros estadios, pero que hoy se consolida hegemónicamente, como si no hubiera otras formas de ver el mundo.


                                                                                                 Por Rafael Cely

jueves, 6 de enero de 2011

Enrique Rodríguez en entrevista para El Errante

Fotografía en http://poetassigloveintiuno.blogspot.com


Enrique Rodríguez es un poeta provincial nacido en 1964 en Monguí, Boyacá. Hoy lo hemos encontrado en la Universidad Nacional, en dónde es profesor y director de la carrera de Estudios Literarios.  La trayectoria del poeta boyacense comienza en 1987 cuando obtuvo el premio concedido por la revista El Aguilucho.
    El Errante Insaciable (EI): ¿Cómo ocurrió ese evento, cuándo usted se reconoció cómo poeta?
   Enrique Rodríguez (ER): Bueno, eso tiene una historia bastante larga, sobre todo porque comienza cuando estaba en el colegio estudiando, en esa época se llamaba segundo bachillerato lo que hoy se llama grado séptimo; el colegio tenía un periódico escolar que se llamaba Estafeta. Un profesor de español y un grupito de estudiantes conformamos el comité editorial y en alguna ocasión escribí un poemita ahí, como un ejercicio muy espontáneo y lo publicaron.
    Entonces eso me llamó la atención en ese momento y seguí escribiendo como cuestiones mías y como muy rimado. Bueno, luego cuando estuve en la universidad fue que realmente encontré el punto donde se desató la escritura, en la Universidad Pedagógica una profesora de literatura llamada Helena Iriarte. Ella en alguna ocasión de una exposición de unos dibujos que hice y le ponía al frente unos poemas, entonces, los leyó y le llamó poderosamente la atención; hizo un trabajo admirable conmigo porque me puso a corregir, o sea todo lo que había escrito me puso a corregirlo a revisar a depurar y finalmente apareció el primer libro, Historia del agua.
    EI: ¿Cómo definiría esa arte poética, esa búsqueda en la primera etapa; y cómo se fue perfeccionando?
    ER: Bueno, en principio fui reconociendo las reflexiones que los mismos poetas hacían sobre su escritura, al comienzo era muy espontáneo en la filosofía, pero luego a partir de esa experiencia  de  revisar  lo que uno escribe fue creando como una conciencia del cómo escribir. Igualmente, tuve  contacto con Eduardo Gómez quién me hacía muchas anotaciones, con Pompilio Iriarte también por ser maestros cercanos de la Pedagógica; entonces me hacían esas observaciones y yo empezaba a comprender el sentido de lo que es un verso una metáfora, como todo lo que había detrás; y luego decidí comenzar a estudiar filosofía aquí en la Universidad Nacional y eso si fue pues como el camino más certero puesto que al ver poética, trabajar la estética, trabajar la hermenéutica da una mirada más amplia.
    EI: Piensa usted qué se puede enseñar a escribir poesía o es algo que nace con el individuo?
    ER: Yo creo que hay una disposición particular, pero eminentemente es un trabajo sobre la palabra, yo  creo que el ser humano tiene esa posibilidad sobre la escritura, pero hay algunos detonantes, hay algunas iluminaciones que hacen que efectivamente se dediquen a la poesía. Pero escribir es muy fácil diría yo, pero revisar, revisar lo que uno escribe ese es el trabajo más complejo. Yo trato que todos los textos salgan muy depurados, que no me falte nada ni sobre nada y eso es muy difícil y hay textos que en los cuales se queda uno con nada.
    EI: ¿En cuanto a la relación con la filosofía, digamos en este tiempo, con el auge de los medios, con el auge de la Internet; esa relación de la poesía como una aspiración filosófica como funciona en este tiempo precisamente, en este tiempo de cambios y de conflictos, de crisis?
   ER: Yo creo que funciona de la mejor forma, es justamente el modo de mirar otras perspectivas de la escritura, es la escritura textual, hipertextual, contextual, extratextual, es decir, todo aquello que se ve en la pantalla del computador.
    Lo que pasa es que como eso no ha sido trabajado y además todavía hay esa tendencia a excluir, pero resulta que más que una limitación, es una posibilidad, la poesía puede estar circulando ahora por la red, las entrevistas igualmente pueden estar generando encuentros; en fin, pero todo eso parte de un mirada filosófica, por ejemplo lo que hace Adorno sobre la obra de arte en su dimensión de cultura de masas, lo que hace Benjamin con el problema de la reproductividad o Heidegger cuando plantea que la técnica es un modo de velar el ser y los más cercanos ya han tomado como horizonte de trabajo, la tecnología la informática están muy cerca y por ahí también está la poesía generando otras miradas.
    EI: ¿piensa usted que recibe influencias directas e indirectas que le permiten posicionarse en una corriente poética en una corriente de pensamiento que le ayude a construir su poesía?
    ER: Sí, pero no sabría cómo definirla, si la lectura de Borges fue definitiva, luego conocí a Vallejo, creo que es más pasional ahí, y parece ser que mi poesía tiene cierta cercanía con la de Vallejo y ahora recientemente que estoy trabajando a Lezama, sí, de alguna manera también allí aparece, y desde el punto de vista de la filosofía, como trabajo siempre sobre hermenéutica, sobre Gadamer, sobre Heidegger sobre Ricoeur, sobre Derrida, entonces también lo van marcando a uno. Para ellos es muy importante el tiempo, el pensamiento está vinculado con la temporalidad y la muerte.  
    EI: ¿Y respecto  a las tendencias locales, de poesía colombiana digamos, con que poetas siente más cercanías conceptuales?
    ER: Bueno, habría que mirar por ejemplo a  Quessep, Alvaro Mutis, Gonzalo Márquez, Eduardo Cobo. Por ahí, para uno, es muy difícil clasificarse, pero por ejemplo esa palabra que usa José Manuel Arango, esa palabra medida, explorar al máximo su brevedad.
       EI:  ¿ Piensa usted en el lector cuándo arriesga una imágen, cómo construye su poesía?
     ER: Yo diría, que prioritariamente a partir de las experiencias cercanas con la muerte. El libro Inconsistencia de la mirada fue producto un poco de la muerte de mi padre, reconstrucción de ese duelo, y el libro que va a salir proximante, Entre los tejidos de las horas, fue la experiencia de la muerte de mi madre, es decir, pienso más en las experiencias que uno ha tenido, no tengo tanta conciencia en el lector a que lector voy a dirigir, o voy a escribir sino la experiencia cual fue mi duelo y hacer que ese duelo no sea sólo mío y no sea sólo sentimental o emocional o pasional, sino que de alguna manera se convierta en el duelo que todos pueden tener cuando un ser cercano muere.
    EI: ¿Piensa que se generan diversas formas de poesía al estar vinculada con la Academia y aquella que no lo está? o ¿piensa que la poesía es única y no intervienen estas influencias directamente?
    ER: Usted toca un punto clave para mí, que es el trabajo con los niños, con los jóvenes, lo que para mí es una pasión y allí es donde se da uno cuenta que la poesía es toda en cualquier momento. Entre más auténtica, más espontánea, pero si con un trabajo de reconstrucción mejor. Creo que la Academia puede interferir en la medida que uno puede imponerle ciertas categorías, ciertos conceptos a lo que se escribe, entonces hay que tener mucho cuidado en eso, me parece que ante todo, hay que partir de las experiencias humanas como tal.
    EI: ¿Cómo ve usted la poesía que se está produciendo en este momento, hay alguna corriente, hay alguna cosa que se pueda definir como punto de referencia o está completamente dispersa?
    ER: Sí, es un poco difícil, todavía no toma uno distancia. Pero lo que percibo es que por ejemplo, hice una antología de poetas bogotanos; los caminos son diversos, cada poeta construye su mirada que no podríamos definir ahí como con certeza, una caracterización general de la poesía colombiana contemporánea, sino más bien como que hay múltiples vías, múltiples caminos, muchas exploraciones. Igual, cuando uno lee la colección “Viernes de poesía”, encuentra también que hay experiencias  de  todo tipo, experiencias de mayor exte-riorización, interiorización, experiencias conceptuales, experiencias herméticas, en fin, no podríamos definir todavía como qué tendencias y creo que es como la intención, la misma teoría contemporánea nos deja una libertad muy amplia sobre eso.
    A mí lo que me parece interesante es que esa producción literaria, produzca efectos en los lectores, efectos estéticos, críticos, por qué no, efectos políticos, en el sentido más genuino de la palabra. Pero que ante todo, sea un trabajo con el lenguaje, muy serio, muy dedicado a la palabra.
    EI: ¿Piensa usted que las revistas de poesía o de arte tienen alguna función en la actualidad, a parte de promover escritos, cual piensa usted, que es la función de las revistas, de la publicaciones que se hacen con el ejercicio poético como tal?
    ER: Me parece, que debe tener una combinación muy significativa entre la producción poética y la reflexión que se hace sobre la producción poética. Es decir, adolece un poco la cultura colombiana contemporánea de eso, hacer critica sobre poesía. Además de que haya publicaciones de los autores, me parece que  sería interesante generar esas dinámicas de producción de textos sobre poesía.
    EI:  ¿La siguiente pregunta es sobre el título de la revista El Errante Insaciable. Qué le evoca ese nombre o que piensa que podría sugerirle al lector?
    ER: Bueno, me da la sensación de movimiento, de no tener un lugar donde quedarse, la sensación de infinito, de algo interminable y de otro lado, el deseo de imprimirle como una búsqueda.